En el capítulo IV de Diagnóstico cáncer, Mariam Suárez narra su estancia en un hospital de Durham (Carolina del Norte, EE.UU.) para someterse a un autotrasplante de médula ósea, y manifiesta su sorpresa ante la cruda sinceridad con que los profesionales sanitarios transmiten allí la información a sus pacientes. Para cada acto sanitario, incluso un simple pinchazo en una vena para extraer una muestra de sangre, le hacen firmar un formulario de consentimiento tras haberla informado de mil hipotéticas y pavorosas complicaciones, incluida la posibilidad de morir.
Esta es una de las grandes diferencias entre nuestra cultura y la norteamericana. En Estados Unidos, cuanto menos preguntes, mejor. En cuanto preguntas algo, aprovechan para darte una información general y absolutamente espeluznante. Se protegen de los imponderables, se blindan por si acaso pasa algo casi imposible, pero que, según su mentalidad y experiencia, pueda transformarse en una demanda. Esto lleva a una información que, desde nuestro punto de vista, y desgraciadamente para los enfermos, podría ser calificada como despiadada.
Desgraciadamente ese modo de dar información parece que se va imponiendo frente al que ha imperado en nuestra cultura hasta ahora. Es la concepción protestante contra la católica, el pragmatismo frente a la compasión. Entre nosotros, los hispanos, hay una tendencia a la misericordia, al perdón: si un médico se equivoca, lo perdonamos, porque al fin y al cabo es un ser humano, y errare humanum est. Pero entre los protestantes, los anglosajones, la cosa cambia: si alguien se equivoca, no se lo perdonan.
Existe también diferencia en el hecho de que los médicos nos informen o no. En este caso la distancia entre la información americana y la española es muy marcada. En Estados Unidos los médicos son partidarios —y de hecho, así lo hacen— de informar al paciente de todo lo que tiene desde el primer momento. Si al enfermo le quedan dos días de vida, se lo dicen a bocajarro, sin contemplaciones. Entre nosotros es distinto. O más bien habría que decir que era distinto. Porque lo malo es que vamos en todo hacia lo de ellos, miméticamente. Yo me he operado de todo en España sin firmar un solo papel, pero la última vez ya tuve que firmar lo del dichoso consentimiento informado.
Leídas estas palabras tres lustros después de escritas, yo diría que Mariam Suárez no se equivocó demasiado en sus pronósticos. ¿Verdad que la situación hoy reinante en algunos de nuestros hospitales y centros de salud llega a parecerse mucho a la que ella encontró en Carolina del Norte en 1993?
En fin, más, mucho más es lo que podemos encontrar en ese libro Diagnóstico cáncer, de lectura sumamente recomendable. Y cuya autora, por cierto, falleció el 7 de marzo de 2004, menos de un mes después de haber cumplido los 41 años.
Fernando A. Navarro