Lo he comentado ya en otra ocasión: por muy ‘inodoro’ que lo llamemos, el váter o retrete seguirá oliendo igual de mal. De nada sirve imponer en el uso un eufemismo mientras la sociedad no cambie el modo en que contempla cualquier fenómeno desprestigiado. Nos lo recordaba también Jesús Flórez en esta misma página al hablarnos de una sociedad, la española, que sigue viendo la trisomía 21 como algo malo o denigrante pese a haber sustituido el antiguo término ‘mongolismo’ por un tecnicismo supuestamente neutro como ‘síndrome de Down’, pero que ya comienza a cargarse de connotaciones negativas.
Este proceso de desprestigio social continuo de un eufemismo tras otro es muy evidente en el caso del retraso mental, que la sociedad percibe como algo claramente negativo y ello lleva a que, le demos el nombre que le demos, este pase a usarse de forma casi inmediata como insulto. Dada la intensa carga peyorativa y de lacra social que comporta el diagnóstico neuropsiquiátrico, los nombres que ha recibido a lo largo de la historia se han cargado rápidamente de connotaciones ofensivas en el lenguaje general, que obligan a sustituirlos por otros en el lenguaje pretendidamente aséptico de la medicina. Hace relativamente poco, el término elegido por los psiquiatras fue retraso mental, al que se pedía dar primacía sobre un tecnicismo con solera como oligofrenia y otros sinónimos hoy caídos en desgracia, como subnormalidad y deficiencia mental.
Ni que decir tiene, por supuesto, que bastaron un par de años para que ‘retrasado mental’ (e incluso ‘retrasado’ a secas) se cargara en el lenguaje general de connotaciones ofensivas parecidas a las que ya tenían ‘oligofrénico’, ‘deficiente mental’, ‘subnormal’, ‘imbécil’ o ‘idiota’, de modo que en la actualidad son muchos los hablantes —especialmente en los ámbitos más próximos a las personas con algún tipo de retraso mental— que reclaman algún sinónimo menos peyorativo.
En inglés, de hecho, veo cada vez más expresiones como cognitive disability, developmental delay, developmental disability, intellectual disability, mental handicap learning disability, mental impairment y mental disability. El problema con algunas de estas expresiones es que son menos específicas que ‘retraso mental’; la expresión mental impairment puede usarse en inglés como eufemismo de ‘retraso mental’, sí, pero también para referirse a lo que nosotros llamamos ‘deterioro mental’; y la expresión developmental delay puede usarse en inglés como eufemismo de ‘retraso mental’, pero también para referirse a lo que nosotros llamamos ‘retraso del desarrollo neurológico (o psicomotor)’.
También en español, como digo, son cada vez más las voces que piden reemplazar el término ‘retraso mental’ recomendado aún con carácter oficial en la Clasificación internacional de enfermedades (CIE-10) de la OMS por otros supuestamente menos denigrantes, como discapacidad intelectual, discapacidad mental, discapacidad del desarrollo, discapacidad cognitiva, etc. (la lista de eufemismos parece ser infinita). Y, por descontado, no decir nunca jamás «discapacitado intelectual» —¡por Dios!—, sino «persona con discapacidad intelectual». Cambiado el nombre —parecen pensar—, solucionado el problema. Y no es así, ¡ni mucho menos!
Fernando A. Navarro