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El galimatías terminológico de la eutanasia (I)

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Vivir y morir bien ha preocupado desde siempre al ser humano, pero en ningún momento de la historia fue fácil determinar con exactitud en qué consiste una vida buena ni, más difícil aún, una buena muerte. En nuestro mundo occidental, predominó durante casi dos milenios la concepción cristiana del buen morir, acertadamente reflejada por Jorge Manrique en sus espléndidas Coplas por la muerte de su padre. El maestre don Rodrigo de Manrique debió de ser, según nos cuenta su hijo, un caballero adornado de todas las virtudes cristianas; y en calidad de tal, afronta su muerte con serenidad y valentía, sin oposición a los deseos de Dios. En la copla XXXVIII, Jorge Manrique nos explica de modo delicioso cómo respondía en el siglo XV a la Muerte, cuando esta llamaba a su puerta, un caballero español:

No tengamos tiempo ya
en esta vida mezquina
por tal modo,
que mi voluntad está
conforme con la divina
para todo.
Y consiento en mi morir
con voluntad placentera,
clara y pura;
que querer hombre vivir
cuando Dios quiere que muera
es locura.

Si la tradición judeocristiana veía mal resistirse a la muerte como designio divino, no digamos ya buscar de modo consciente la muerte del prójimo. Es casi seguro que en la Antigüedad clásica debió de practicarse la eutanasia, puesto que el juramento hipocrático (hacia el siglo V a. de C.) incorpora la siguiente promesa que debían prestar los antiguos médicos griegos: «Jamás daré a nadie medicamento mortal, por mucho que me soliciten, ni tomaré iniciativa alguna de este tipo; tampoco administraré abortivo a mujer alguna. Por el contrario, viviré y practicaré mi arte de forma santa y pura». Con el triunfo del cristianismo, en cualquier caso, todo acto dirigido a acabar con la vida de una persona —incluso desahuciada, sufriente o agonizante— pasó a considerarse un pecado mortal, por atentar directamente contra el quinto mandamiento: «no matarás».

A mediados del siglo XIX, empero, toda esta tradición multisecular empezó a tambalearse. Por un lado, la aparición de la morfina inyectable revolucionó la analgesia y generalizó su uso para tratar los dolores de la agonía. Por otro, la triple innovación que supusieron a) la introducción de la anestesia (con éter, óxido nitroso o cloroformo); b) la hemostasia, y c) la antisepsia de Semmelweis y Lister, marcaron el inicio de la edad de oro de la cirugía: los cirujanos podían emprender, por fin, largas y complejas operaciones en las tres grandes cavidades corporales (abdominal, torácica y craneal), con resultados poco menos que milagrosos.

Con posterioridad, el nacimiento de la microbiología, la aparición de las vacunas, los avances de la farmacoterapia en todos los frentes durante el siglo pasado, la revolución de los antibióticos, los trasplantes de órganos, el progreso espectacular de las técnicas de diagnóstico por la imagen, la mecanización e informatización de la atención sanitaria y otros mil avances médicos más terminaron de cambiar por entero el panorama. A finales del siglo XX, en los países industrializados, la esperanza de vida había aumentado hasta límites nunca antes imaginados; la medicina era capaz de mantener con vida de manera casi indefinida a una persona en coma irreversible; y en muchos hospitales se usaban de modo generalizado tratamientos agresivos que no buscaban curar al paciente, sino simplemente prolongar su vida en condiciones a veces penosas; esto es, lo que se dio en llamar obstinación terapéutica, encarnizamiento (o ensañamiento) terapéutico, distanasia.

Muy lejos quedaban ya las palabras de Manrique («que querer hombre vivir cuando Dios quiere que muera es locura»), y era ineludible que la sociedad se planteara antes o después el dilema ético de la eutanasia: ¿hasta qué punto es lícito causar la muerte indolora de una persona que padece una enfermedad incurable y dolorosa? En España este debate está hoy de plena actualidad, y el primer gran problema que nos encontramos es que nadie parece tener muy claro qué es exactamente la eutanasia.

Estupefacto, veo usar la palabra eutanasia lo mismo para hablar de los asesinatos sistemáticos cometidos en los hospitales psiquiátricos de la Alemania nazi bajo el III Reich que para hablar de la administración de morfina analgésica en un servicio hospitalario a un anciano agonizante con cáncer metastásico y demencia avanzada, pasando por el suicidio de un enfermo terminal con la ayuda de un ser querido y otras situaciones de lo más variado.

Fernando A. Navarro

Continúa en: «El galimatías terminológico de la eutanasia (II)»


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